13 de marzo de 2008

El tiempo embellece los recuerdos


Acabo de leer esta frase en el periódico de ayer.
Tienes toda la razón, amigo Juan, el tiempo embellece todos los recuedos.
Hace poco he pensado en ello precisamente. Debido a las sorpresas que mi cuerpo me depara de tanto en tanto (¡¡que detallista que es!!) he realizado un montón de retrospecciones vitales hasta lo más hondo de mi infancia y en una de ellas me topé con Cecilia (nombre ficticio), una compañera de primaria a la que amé con infantil locura. Cabello rubio, ojos azules, los mejores vaqueros en un cuerpo femenino en mil millas a la redonda, la dulzura angelical en una carita de porcelana. En clase me las ingeniaba para sentarme en el sitio justo, bien donde nuestras miradas se cruzaban, bien donde ella tuviera que sentarse; me desvivía por echarle una mano con las tareas, básicamente las mates, me sentía henchido de felicidad si lo conseguía; llegué a hacer auténticas locuras para estar cerca de ella. Incluso en la calle, pasaba día tras día por el mismo sitio, a la misma hora, sabía que ella siempre estaba allí, con su mínima y dulce sonrisa dedicada.
Incluso tuve la ocasión de ir un par de veces al cine con ella, siempre en sábado (¡¡qué sábados!!), no solos, por supuesto (era pecado mortal). La cabeza me daba vueltas, no podía haber en el mundo nadie más feliz, tenerla justo al lado, sintiendo su respiración, embriagándome con su olor, perdiendo el paralelismo de mis ojos por culpa de las miradas de reojo (que dolor, por Dios).
¿Os podéis creer que jamás le dije nada acerca de mis sentimientos? Nada de nada, ni una palabra, ni una caricia y mucho menos un beso. ¿Se puede ser más estúpido? Creo que allí perdí una gran oportunidad de ser feliz, de ver mis adolescétincos sueños cumplidos, de empezar a perder el miedo a decir lo que siento en cada momento, sin temor a la respuesta del que está enfrente, algún día quizá lo consiga.
Seguramente un día podría verla, tendrá marido, hijos, perro, serán felices (o quizá no, yo que se). Me gustaría acercarme para pagarle lo que debo, lo mucho que sentí y lo que nada le dije. Sería un placer para mí explicarle que sentí un montón de cosas por ella y que no tuve narices. Podría hablarle de un millón de cosas pero no lo haré, ya es tarde para chiquilladas, lo pasado, pasado está y enterrado. Escribo aquí estas pocas palabras y me llevó para siempre los restos de sentimientos. Tienes toda la razón, Juan, el tiempo embellece todos los recuerdos.

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