9 de julio de 2009

Elvis, Memphis, Villarluengo (y part 3)

Marzo 1999, Villarluengo, Teruel, España.


Salgo temprano de La Fonda en dirección a la Plaza Castel. Según todos los indicios, en la panadería del pueblo estuvo trabajando hace algunos el personaje que estoy buscando (o alguien muy parecido). Me presento al señor Antonio, dueño del establecimiento al que le muestro una vieja foto muy dañada ya por el paso del tiempo. Los ojos del entrevistado me confirman que estoy en lo cierto:
Estuvo con nosotros unas pocas semanas. De hecho, entró para San Juan del año pasado y marchó al finalizar el verano- dijo distraído en su quehacer. Cuando intento extraer más información al respecto no puede evitar una fría respuesta:
No hablaba mucho pero fue un buen empleado. Desconocía el idioma por lo que raramente podíamos establecer una conversación normal. Solo recuerdo que se pasaba el día tarareando canciones desconocidas para mí- suelta el hombre, indiferente.
Entre que mi español tampoco es fluido y su interés empieza a ser nulo, doy por finalizada la entrevista no sin antes asegurarme que la persona de la que estamos hablando sigue viviendo aquí.
Villarluengo es una melancólica población que levita en el aire entre escarpados paisajes de piedra caliza. Se encuentra en un pequeña población del interior de España, en la comarca del Maestrazgo según me cuentan sus orgullosos habitantes. Aunque soporto estoicamente el frío, salgo de nuevo a la calle acurrucándome convulsamente dentro del abrigo. Miro el cielo azul entre las estrecheces de las robustas edificaciones tocadas por sus aleros de madera tallada. Encaro la calle de La Fuente con destino a lo que antiguamente fueron unos lavaderos. Mi objetivo ahora es Casa Josefina. Según una conversación que mantuve en Barcelona con un extravagante asesor laboral al que conocí en una vieja tienda de discos descatalogados, Elvis Aron Presley (o alguien muy parecido) estuvo hospedado en este lugar la pasada navidad. Se cruzó con él en la puerta de este local y la curiosidad pudo más que la prudencia cuando lo abordó en medio de la angosta calle para preguntarle una futilidad.
No me cabe ninguna duda- contaba mientras agitaba nerviosamente las manos- es él.
Después de veinticinco minutos y un buen rosario de preguntas, la dueña del comercio confirma lo que ya me imaginaba. Una persona que encaja con el personaje de la fotografía que le muestro sigue viviendo en Villarluengo y no lo hace solo. Aunque albergo serias dudas, las entrevistas que mantengo con la encargada de un pequeño supermercado y con la dueña de la carnicería resultan prácticamente definitivas.
Oliendo cercana la presa, decido aprovechar mi estancia en el lugar para saborear con calma el fabuloso espectáculo que me brinda la naturaleza y dedico buena parte de mi tiempo a practicar la pesca, un deporte que casi tenía olvidado. La cercanía del río Pitarque me lo pone fácil. Aguas cristalinas, formaciones rocosas impresionantes debido a la erosión del aire y del agua, bellos parajes entre chopos y álamos donde meditar sobre mi vida, una vida dedicada casi en exclusiva a una quimera que ya tocaba a su fin.
Pocos días más tarde, recibo una llamada de la señorita Ann donde me indica la finalización de nuestra relación comercial. Ya no necesita mis servicios. Insiste en este punto cuando le repito por tercera vez que el objetivo está al caer. Doscientos mil nuevos dólares no me dejan elección. Cincuenta y un años recién cumplidos y un futuro tranquilo exige un rotundo punto y final y así se lo confirmo antes de interrumpir la comunicación.
A indicación del párroco, el taxi que me recoge en La Fonda para llevarme al aeropuerto de Castellón con destino a casa, escoge la pista del Barranco de la Hoz como la ruta más adecuada. En algún lugar antes de llegar a la carretera y sin que crucemos palabra alguna, decide parar el vehículo frente a una antigua masía hasta hace poco deshabitada. Mientras enciendo un cigarrillo, observo a una pareja entrada en años que disfruta de un plácido momento en la puerta de la edificación principal y a cobijo del gélido viento del norte. A ella la reconozco enseguida. Aún sin sus grandes gafas de sol, su dulce fragilidad me resulta familiar. Sin embargo tardo un poco más en saber quién es él. Su renovada delgadez y su incipiente calvicie no lo ponen nada fácil. No obstante, los acordes que mágicamente hace aparecer de una guitarra al ritmo lento de Always on my mind me recuerda que este caso está resuelto.

Junio 2009, Memphis, Tennessee, Estados Unidos

El mensaje en el móvil parece claro, sin fisuras, como un aldabonazo en medio del corazón:
Gracias por tu esfuerzo. Hemos sido muy felices. Ahora sí descansa en paz. Priscilla Ann-Beaulieu.

Fin

(Este relato ha sido publicado en la revista "La Murada" Ed.'09)  http://www.lamurada.com/?p=274