19 de julio de 2016

El luto reclama silencio y no ruido


La muerte también paraliza la vida de los que continuamos vivos, la agrieta y la pone a prueba. Nos impone una pausa, nos baja los humos, reclama la atención y exhibe orgullosa su victoria provisional. Una victoria que será definitiva, si aprovechando la ofuscación, nos convence que la solución es más muerte, si aprovechando la desesperación se apodera de nosotros. La muerte gana del todo siempre que nos hace más arrogantes y no más humildes. Cuando la queremos entender, anticipar y vengar, cuando malogramos su invitación directa a celebrar la vida que nos queda.

Masacres como la de Niza no se pueden explicar con palabras. Podría dejar la columna en blanco, como un minuto de silencio, pero se confundiría con un error de imprenta, y no es un buen día para equivocarnos, ahora que todo duele tanto y estamos a punto de encadenar errores, de revolcarnos en imágenes obscenas y tomar decisiones alejadas de la esperanza.

Trato de escribir despacio, procuro que las líneas salgan asustadas y cargadas de dudas. Tal como nos sentimos. Y al mismo tiempo tengo ganas de gritar en voz muy baja, al oído, que el ruido mediático es un aliado terrible de la barbarie. Que hemos superado la velocidad del sonido y nos estamos zampando de manera imprudente siglos de práctica de culturas diversas que habían ido encontrando maneras de encarar el luto, de hacer menos desolador lo que es insoportable. Que nos enseñaban la importancia de reunirnos. La urgencia de consolarnos. Y la necesidad imperiosa de callar.

Cuando la parte más primitiva y carnal nos pide paso, tenemos que saber que, si abrimos demasiado la boca, saldrá ella, desnudada y salvaje. Respetemos el tiempo de dolor silencioso: ahora no es el momento de abocarnos a improvisar conclusiones desde la rabia. Ya hablaremos, despacio, cuando todo sea menos oscuro y tengamos algo que decir.

www.ara.cat/opinio/dol-reclama-silenci-no-soroll_0_1614438682.html