22 de junio de 2009

Elvis, Memphis, Villarluengo (Part 1)


Febrero 1979, Memphis, Tennessee, Estados Unidos

Antes de acabar mi aburrida jornada laboral recibo una llamada misteriosa en mi pequeña oficina de la calle Beale . Una sensual voz femenina apunta querer verme de inmediato. Se niega a responder ninguna de las preguntas que le hago, dejando para más tarde cualquier aclaración. Ser detective privado comporta este tipo de situaciones y fantaseo desde hace tiempo con momentos como éste.
Se presenta poco antes de las siete. Hace un buen rato que ha oscurecido y el minúsclo cubículo se encuentra materialmente en la penumbra. Sólo la pequeña lámpara de sobremesa ofrece algo de vida al recinto. Toma rápidamente asiento y en un gesto estudiado, se quita uno a uno los guantes que guarda discreta en su bolso. Aunque no hay mucha luz, puedo intuir la silueta de una hermosa mujer debajo de un largo y carísimo abrigo. Viste completamente de negro y sus grandes gafas de sol conceden a este instante todo el misterio posible. Ann es la única seña de identidad que me quiere revelar.
Hace año y medio que Elvis Aron Presley ha muerto y desde aquel mismo día en toda la ciudad corren como la pólvora un sinfín de historias increíbles sobre el difunto. Mientras la escucho atentamente, apuro el último cigarrillo que me quedaba:
No hay problema,- comenta la reservada clienta- Le hablaré claro Sr. Wymark, todos los que le hemos rodeado ya estamos acostumbrados a este tipo de cosas, pero la compañía de seguros lo ha complicado todo. Es prioritario que lo encuentre.
Abre de nuevo su bolso y saca de su interior un pequeño sobre del que me hace entrega. Al abrirlo, aparece una pequeña tarjeta escrita por una de sus caras:
“Para mi amada Ginebra de su caballero Lancelot”. Lentamente, una lágrima se derrama por su mejilla.
Me llegó hace un par de días junto a una rosa. Es él – las palabras salen quedamente de sus labios- es él, sin duda, ¡está vivo! y necesito encontrarlo- repite sollozante.
Una mano frágil pero bien cuidada me tiende un cheque por valor de cien mil dólares que deposita delicadamente sobre la mesa.
La otra mitad al finalizar el trabajo – sentencia fríamente mientras se levanta dirigiéndose a la puerta.No me atrevo a preguntarle nada más pero creo que está todo hablado. Encontrar a Elvis asegurará para siempre el resto de mis días y no voy a dejar escapar semejante ocasión.
Una minúscula sonrisa aparece dibujada en la comisura de sus labios mientras se despide de mí con un suave movimiento de cabeza.
El principio de mi futuro empieza esta misma noche. Sólo tengo treinta años y una dorada jubilación está al alcance de la mano. ¿Qué puedo pedir más?

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