24 de febrero de 2008

Mis primeras palabras en la red


Estas son mis primeras palabras en la red.
Después de un largo tiempo dejándome la vista en una mesa de ping-pong virtual o (básicamente los fines de semana) jugándome montones y montones de dinero monopolyzados con jugadores no humanos en el verde tapiz de una timba de póquer, he decidido dejar de perder miserablemente mis días (o mis noches de insomnio) para ponerme a escribir todo lo que se me ocurra y, posteriormente, colgarlo en la blogosfera.
Juro que lo alumbro sin ningún tipo de pretensión, o quizá si, el de terapia particular que, como saben casi todos los que me rodean, me viene haciendo falta desde hace unos meses. Como vomite a mi gente todo lo que llevo dentro, puede que acabe viviendo debajo de un puente y la verdad, no tengo la espalda para trincheras. Así que ¡hala!, al que se le ocurra leerme que se ponga inmediatamente el chubasquero, por si arrecia la tormenta, dicho con la mejor de mis intenciones, claro está.
Conocí el blogworld a través de uno de ellos, maravilloso por cierto, que me ha abierto las puertas a un mundo variopinto, con infinidad de secretos, confesiones y experiencias. ¿Sabéis también que he denotado en todos ellos?, mucha soledad, así es, gente que encuentra en el teclado de su ordenador la mejor de las compañías, como yo en este instante.
No descubriré aún su dirección porque sería como si colgara todas las joyas de la familia en el tendedero de este patio intergaláctico pero, todo se andará, quien sabe con el tiempo.
Y como no podía ser de otro modo, para bautizar a la criatura, he buscado a su padrino, mi unilateral amigo Manolo, filósofo, periodista, escritor, culé y (si me permites), bon vivant.
Espero que su recuerdo anime a mis holgazanas neuronas y las ponga a trabajar de una puñetera vez, que ya siendo hora, narices.
O como está escrito, que La Rosa de Alejandría constituya un viaje lleno de atractivos por el mundo de las pasiones que anidan en el fondo de cada persona.
A partir de ahora, me pongo conmigo mismo.
¡Con tu permiso, Manolo!

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