26 de abril de 2008

¡Déjame una nota cuando te vayas!


Todo empezó cuando el Sol alcanzaba su cenit. George llegó a perder el sentido y, débilmente y trastabillando, se apoyó junto a un armazón publicitario que emergía en medio de la acera. Ya hacía tiempo que su salud estaba en precario. Detestaba a los médicos y no consideraba visitarlos salvo en caso de vida o muerte. Aunque había podido obviarlos hasta ahora, todo parecía indicar que no tardaría mucho en pisar una de aquellas horrendas consultas. Tomaba aire lentamente e intentó muy despacio emprender la marcha hacia casa pero las piernas no respondían a sus deseos. Paso a paso se dirigió a un banco cercano y se dejó caer ante la mirada indiferente de los transeúntes. Una ligera brisa devolvió sus constantes vitales a la normalidad. Todos y cada uno de sus sentidos iban recobrando su dulce rutina mientras George intentaba restaurar en su cuerpo un mínimo de dignidad ante tanto patetismo. Sin duda debía acudir al médico. Sabía que esta vida tan intensamente vivida pasaría tarde o temprano costosa factura. En cualquier caso, no se arrepentía un ápice de todo lo vivido, a largos tragos, a pequeños sorbos. En cualquier caso no dejaba de extraerle el jugo a cada uno de los minutos que tenía el placer de vivir. Era su forma de ver las cosas lo que hacía que nuestro protagonista destacara sobre el resto de sus congéneres.

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